domingo, 8 de marzo de 2020

CHICK COREA TRIO

Género: Jazz
Local: Auditorio Nacional

Interpretes: 
Chick Corea, piano
Christian McBride, contrabajo
Brian Blade,  batería

Información adicional:

Chick Corea, como en casa

Su lenguaje es claramente el jazz, pero para comunicarse usa todo tipo de palabras musicales, en especial, en las últimas décadas. Ganador de veintitrés Premios Grammy, su nombre figura en los altares jazzísticos y su teclado, en todas las escuelas pianísticas. Rozó la gloria con Miles Davis, hizo vanguardia junto con Anthony Braxton en el grupo Circle, fusión con pedigrí en la banda Return to Forever y su Elektric Band y forjó una leyenda en solitario que hoy lo sitúa como uno de los referentes indiscutibles del jazz moderno. E incluso desde hace tiempo ha venido mostrando una singular fascinación por nuestro flamenco, reinventado su proyecto Touchstone junto a nuestros Carles Benavent, Rubem Dantas y Jorge Pardo; y, con este último, el saxofonista y flautista madrileño, ha buscado nuevos duendes en su reciente aventura The Spanish Heart Band, con la que nos visitara el verano pasado. Ahora Armando Anthony Corea (Chelsea, Massachusetts, 1941) regresa una vez más a nuestros escenarios y a este Auditorio, donde cuenta con una generosa y agradecida afición. Y lo hace en uno de los formatos en los que no es posible ni trampa ni cartón, aunque él nunca fue de engaños ni atajos: el trío. Y menudo trío, pues en los otros dos vértices del triángulo descubrimos a personalidades con igual madurez y sabiduría jazzísticas, el contrabajista Christian McBride y el todopoderoso batería Brian Blade.

Acuden a esta cita con el temario registrado en un álbum doble grabado en directo, Trilogy 2 (Concord, Distrijazz, 2019), en el que el maestro pianista luce de nuevo una sensibilidad sonora exquisita, así como una exuberancia expresiva sin límites. La docena de títulos que nos entregan nos muestra cómo han crecido en su memoria piezas icónicas como But beautiful, All blues, Lotus blossom o Serenity, aunque también hay guiños a la cosecha propia a través de composiciones como 500 miles high, Now he sings, now he sobs o —la omnipresente— La fiesta, donde, además de felicidad compositora, Corea exhibe un dominio absoluto de la esencia jazzística, que para eso es leyenda viva del género por sobradas razones y contrastados méritos.

Sería injusto —se insiste— no destacar el concurso de sus dos compañeros de viaje, ya que sin ellos el trío y la música serían de otra forma. El batería Brian Blade es un aliado en toda regla, un percusionista garboso con un fraseo concebido en una forja cuyos materiales primeros son la imaginación y la aventura. Y el contrabajista Christian McBride, una suerte de hermano mayor en la rítmica, imprescindible en esta segunda trilogía, cuya primera parte escribieran en 2012.

A nadie se le escapa que el trío es un todo indivisible, aunque igualmente es cierto que Chick Corea es siempre garantía de un viaje musical excitante, en el que las emociones jazzísticas se reconocen a la vuelta de cada fraseo, de cada melodía, sin que nadie sepa el destino final, pero con el convencimiento de que será un lugar donde nos sintamos en casa.


Pablo Sanz

Subh, la sayyida del califa

Género: Teatro
Local: Auditorio Museo Arqueológico Nacional

Dramaturgia y Dirección: Jon Sarasti
Realización y producción: Galápagos, Teatro Cálido S.L.
Producción y documentación: Maria José Stefanía
Música original: Gonzalo Galiñanes
Escenografía: Enrique Benito
Vestuario: Vestuario París
Fotografía: Patricia Abascal
Asesor científico: Gaspar Aranda
Interprete: Myriam Gas

Información adicional

Corre el año 382 de la hégira (992 d.C.) La escena se desarrolla en el alcázar palatino de Córdoba, capital del califato, en un momento culminante de su historia. El poder y el esplendor de al-Andalus son vistos con temor y admiración por los reinos cristianos (León, Castilla, Navarra y el condado de Barcelona) sometidos a vasallaje. Subh, la reina madre, verdadera gobernante, recibe a sus súbditos y organiza el programa político del día acompañada de su séquito. Su hijo, el califa Hisham II, permanece apartado del gobierno por su incompetencia. Subh gobierna como regente de éste, mientras que duda de Almanzor, como persona de confianza que había sido hasta ese momento.

Datos sobre el contexto histórico de la obra:


Subh (Aurora). 
Extraordinaria mujer de origen vascón. Durante su infancia fue educada para convertirse en esclava cantora. Posteriormente, adquirida para el harén del califa de Córdoba al-Hakam II, llegó a ser su concubina favorita. Éste le hacía vestir como un joven, le dio el nombre varonil de Chafar y le permitió participar en reuniones vetadas a las mujeres. El califa, al que dio dos hijos, la hizo sayyida o Señora del alcázar, título honorífico reservado a la madre del heredero. También la colmó de atenciones y regalos, como el estuche conocido como Bote de Zamora, expuesto en el Museo Arqueológico Nacional. Gracias a su peculiar inteligencia y especial personalidad, fue la mujer más influyente en el reino más poderoso de la época durante un largo período a finales del siglo X. Gobernó al-Andalus como regente de su hijo, el califa Hisham II, con el apoyo de su tutor Almanzor, hasta que éste se hizo con el poder absoluto. De ella se rumoreó que era su amante, al menos desde la muerte de al-Hakam.

Al-Hakam II. 
Segundo califa omeya de Córdoba. Subió al trono a los 46 años, al morir su padre Abd al-Rahman III en 961. Más interesado en las letras y las artes que en política, su reinado fue uno de los más pacíficos y fecundos de los omeyas de al-Andalus aunque, con la confianza que depositó en sus funcionarios, inició la delegación de funciones que, continuada por su hijo, fue una de las causas de la caída del califato. Reunió en el alcázar de Córdoba una grandiosa biblioteca, amplió suntuosamente la mezquita aljama y llevó a cabo múltiples obras públicas. Los cronistas árabes subrayan la pasión que sentía por su favorita Subh y la influencia que ésta ejerció sobre él: llegó a dominar el corazón de al-Hakam, que nada le negaba.

Almanzor 
Muhammad ibn Abi Amir, futuro al-Mansur, (el Victorioso), Almanzor para los cristianos. Empezó su carrera política en tiempos del califa al-Hakam II. A su muerte, Almanzor propició la subida al trono del príncipe Hisam II, que posteriormente le elevó al cargo de visir y a quién acabó anulando políticamente. Pronto ascendió mediante intrigas hasta ser el auténtico dirigente, desplazando a Subh, que gobernó hasta entonces. En 981, a partir de una gran victoria frente a los cristianos, adoptó el título califal de el Victorioso, lo que constituyó el inicio de un verdadero golpe de estado que, sin sustituir al califa, dio lugar a una dictadura que duraría 20 años, hasta su muerte en 1002. Fue un extraordinario e implacable militar en sus más de cincuenta aceifas o ataques a los reinos cristianos, enemigos del Islam, que le consideraron un verdadero azote de Dios. Su éxito en debilitar la autoridad del califa desencadenó la caída del califato. A su muerte, le suceden sus hijos, Abd al-Malik y Abderramán Sanchuelo, con quien da fin la dinastía amirí creada por Almanzor.

Córdoba. 
Fue una de las principales ciudades del medievo; capital del califato omeya de al-Andalus (929-1031) Los cronistas árabes la compararon con Bagdad y Bizancio y la describieron como lugar de florecimiento de las ciencias, las artes y la arquitectura, del cual fue singular ejemplo la ampliación de la mequita aljama, que la convertiría en una de las mayores y más hermosas del Islam. La prosperidad económica también se vió reflejada en sus bibliotecas, escuelas, baños públicos, mercados, almunias, palacios y centenares de mezquitas menores.

Emperador de Bizancio o Constantinopla. Actual Estambul (Turquía). 
En la época de Subh, el emperador del imperio romano de Oriente, o Imperio bizantino, era Basilio II, quién logró uno de los reinados de máximo esplendor del Imperio, durante el cual Bizancio fue la capital cultural de referencia. La privilegiada situación de la ciudad entre Oriente y Occidente le permitió convertirse en un gran emporio comercial del Mediterráneo y ser mercado receptor de productos orientales: esclavos, materias primas y especias, con las que comerciaba con al-Andalus, lugar al que también llegaban otros admirados y lujosos productos del Imperio bizantino (sedas, brocados, tintes, esmaltes, orfebrería, mosaicos -como los de la mezquita de Córdoba-, perfumes, esencias…) tal y como señala Subh.

Esclavones. 
Esclavos palaciegos, capturados en centroeuropa (eslavos o saqalibas), el Mediterráneo o las marcas hispánicas, empleados en labores palaciegas, sobre todo los eunucos, y militares. Algunos alcanzaron puestos de importancia.

Hisham II. 
Tercer califa omeya de Córdoba, nombrado a los once años al morir su padre al-Hakam II en 976. Fue eclipsado por su madre, Subh, y Almanzor.

Madinat al-Zahra. 
Ciudad palatina edificada cerca de Córdoba por Abd al-Rahman III para centralizar la organización del Estado, mostrar su superioridad política y religiosa sobre sus enemigos, mejorar su seguridad y rodearse del lujo y el protocolo dignos de un Príncipe de los Creyentes. Le posibilitaba, también, competir con el califato de Oriente, utilizando su mismo lenguaje simbólico: Madinat al-Zahra se inspiró en Samarra, ciudad palatina de los abbasíes en Oriente.

Madinat al-Zahira. 
Ciudad palatina edificada por Almanzor al este de Córdoba, a la cual trasladó desde Madinat al-Zahra, en 981, únicamente los servicios administrativos, su guardia adicta y los depósitos de armas y víveres, ya que en el alcázar califal de Córdoba (donde se desarrolla la escena) quedó buena parte de la verdadera corte: el califa Hisham II, el harén y los servidores de palacio. Fue destruida, junto con sus indescriptibles riquezas, durante una sublevación contra los amiríes en 1009.

Mawla (liberto, cliente). 
Esclavo manumitido que tomaba el distintivo tribal de su dueño, con el que mantenía una relación clientelar.

Rey de Pamplona. 
Sancho Garcés II Abarca, rey de Pamplona, realizó un viaje a Córdoba con la intención de conocer a su nieto, Abd al-Rahman Sanchuelo, hijo del temible Almanzor, al que había entregado valiosos regalos para sellar la paz, y de una de sus hijas, entregada a éste en matrimonio con el mismo fin. De este viaje, al que hace referencia Subh, está documentado que el rey de Pamplona fue recibido con gran pompa militar en Madinat al-Zahira hacia 992.




domingo, 1 de marzo de 2020

JAZZ AT LINCOLN CENTER ORCHESTRA


Género: Jazz
Local: Auditorio Nacional

Interpretes: 
Winton Marsalis, trompeta
Kenny Rampton, trompeta
Marcus Printup, trompeta
Ryan Kisor, trompeta
Chris Crenshaw, trombón
Vincent Gardner, trombón
Elliot Mason, trombón
Ted Nash, saxofón, clarinete y flauta
Victor Goines, saxofón y clarinete
Camille Thurman, saxofón y clarinete
Sherman Irby, saxofón y clarinete
Paul Nedzela, saxofón y clarinete
Carlos Henríquez, contrabajo
Obed Calvaire, batería
Dan Nimmer, piano

Información adicional:

Belleza y perfección orquestal

Hoy los referentes del jazz se diluyen generosamente entre cientos de creadores enfrentados a una inspiración planetaria y transversal. Wynton Marsalis (Nueva Orleans, 1961) es uno de ellos, aunque hace unas décadas era, sin lugar a dudas, el jazzista más mediático y destacado de la modernidad del género. Elegido en 1990 entre las veinticinco personas más influyentes de Estados Unidos por la prestigiosa revista Time —de la que fue portada—, ganador de varios Grammy, premio Pulitzer por su oratorio Blood on the fields, autor de varios libros de cabera como Jazz. Cómo la música puede cambiar tu vida (Paidós, 2009), escrito junto con Geoffrey C. Ward, el icónico trompetista sigue liderando una manera de entender el jazz sin restarle ninguna esencia, revisitando páginas ilustres de la historia del género con una perfección estética apabullante y respetando la expresión de partituras color ocre. Es un intelectual cuyas reflexiones adquieren justa dimensión cuando las amplía al gran formato, así pues, la Jazz at Lincoln Center Orchestra es la maquinaria ideal para liberar su pedagogía jazzística. Wynton, hijo de Ellis Marsalis y hermano de Branford, Jason y Delfeayo Marsalis, tuvo claro que lo suyo era inmortalizar la estética de un jazz pretérito que aún hoy sigue generando renovados estímulos vitales, por más que nos remonte a repertorios de antes de la mitad del siglo pasado. Con una técnica realmente maestra, su soplo erudito se ajusta con la misma excelencia a obras clásicas, como Historia del soldado de Stravinski, por lo que ha firmado en paralelo buen número de recitales en los principales templos sinfónicos.

La respiración de la Jazz at Lincoln Center Orchestra es una de las sonrisas orquestales que mayor felicidad contagian dentro de este tipo de formaciones con arreglos, hechuras y repertorios de ayer. Se trata de una locomotora musical con una medida intensidad y velocidad y una expresión instrumental impecable. Entre sus líneas, se encuentran jazzistas de mucho valor, que luego, en su caminar en solitario, acaban siendo capitanes de sus propios proyectos. Entre los trompetistas, cuenta con escoltas elevados como Marcus Printup; entre los saxofones, hallamos autoridades interpretativas como las de Ted Nash, Victor Goines, Sherman Irby o esa amazona que es Camille Thurman. La sección rítmica, clave en el éxito de la voz colectiva de la orquesta, está integrada, por su parte, por el jovencísimo pianista Dan Nimmer, el contrabajista Carlos Henríquez y el igualmente lozano batería Obed Calvaire, quienes asumen con destreza el rol de ser pulmones de la reunión.

El liderazgo de Wynton Marsalis hoy descubre contestaciones desde numerosos flancos jazzísticos, pero su apellido sigue pesando como pocos. Realmente es una eminencia musical, historia viva de un género al que ha entrado siempre con sabiduría y pasión; eso nadie se lo puede negar.

Pablo Sanz

El alma encerrada

Género: Concierto
Local: Auditorio Nacional
Interpretes: 
Orquesta Nacional de España
Director: 
David Afkham 
Solista
Vilde Frang, violín

Programa:

Edward Elgar (1857-1934)
Concierto para violín en si menor, opus 61
I. Allegro
II. Andante
III. Allegro molto

Robert Schumann (1810-1856)
Sinfonía núm. 3 en mi bemol mayor, opus 97, «Renana»
I. Lebhaft
II. Scherzo: Sehr mäßig
III. Nicht schnell
IV. Feierlich
V. Lebhaft


Información adicional:

La afición del compositor Edward Elgar (1857-1934) por los rompecabezas, los juegos de palabras y los criptogramas, es bien conocida: el código Dorabella, las Variaciones enigma o el Allegretto Gedge son algunos ejemplos. Amigo de intrigas, sus cartas y partituras son portadoras de misteriosos mensajes que se protegen con anagramas y cifrados. Los anotaba también en programas de mano como este, para escamotear su opinión a lectores inconvenientes. El 10 de abril de 1886, el compositor asistió a un concierto en el Crystal Palace en honor a Franz Liszt, allí presente. Elgar anotó en su programa Hysterious, un precioso acrónimo derivado de las palabras histeria y misterioso. Para firmar sus telegramas y sus mensajes en código Morse, usaba el palíndromo Siromoris, la suma de Sir y de Orden del Mérito (O.M.), honor que le fue concedido en 1911, pocos meses después del triunfal estreno de su concierto para violín. 

Evidentemente, Elgar también gustaba de resolver acertijos. En su primera biografía, publicada por Robert Buckley en 1905, describe cómo entretenía los largos viajes en tren con jeroglíficos y juegos de ingenio. Fue precisamente en uno de esos trenes donde Elgar resolvió el supuestamente indescifrable criptograma de John Holt Schooling, publicado en 1896 en The Pall Mall Magazine. El compositor estaba tan satisfecho que pintó la solución en una caja de madera actualmente expuesta en el museo instalado en su casa natal, en Worcestershire.

Esta singular inclinación nos interesa porque también el concierto para violín y orquesta que ahora escucharemos guarda un secreto. En el encabezamiento de la partitura, el compositor escribió una misteriosa frase en un castellano perfecto: «Aquí está encerrada el alma de…». La cita fue extraída del prólogo de una novela picaresca firmada por Alain René Lesage (1668-1747) publicada en París en 1736. El título original es Le Bachelier de Salamanca ou les mémories de Don Chérubin de la Ronda tirées d’un manuscrit espagnol (El bachiller de Salamanca o las memorias de Don Querubín de Ronda tomadas de un manuscrito español). La frase completa dice así «Dos estudiantes que yendo a Salamanca encontraron aquella lápida en que estaban esculpidas estas palabras: aquí está encerrada el alma del licenciado Pedro García».

Nada sabemos de la traducción al español que pudo leer Elgar ni de por qué eligió esta y no la original francesa. Y nada seguro sabemos tampoco sobre quién pudiese ser el dueño del alma que encierra este concierto, ¿el del propio compositor?, ¿el de Lady Alice Stuart Wortley….? Sólo podemos aventurar conjeturas y suposiciones. Ese alma encerrada, ese fantasma, sea de quien sea, será otro de los misterios eternos que habitan la música de Sir Edward Elgar.

Edward Elgar. Concierto para violín en si menor, opus 61

Edward Elgar ya estaba trabajando sobre la partitura de un concierto para violín (las primeras anotaciones se remontan a 1905) cuando recibió un encargo de la Royal Phlilarmonic Society de Londres en 1909. De ahí las circunstancias de su presentación oficial: el Concierto para violín y orquesta en si menor, opus 61 se estrenó el 10 de noviembre de 1910 en el Queen’s Hall de Londres para abrir la 99ª temporada de la Royal Philarmonic Society. El propio compositor dirigió aquel estreno; el solista fue Fritz Kreisler, dedicatario de la partitura, publicada por la editorial Novello & Co en Londres ese mismo año.

Existe un documento sonoro imprescindible para aproximarse a esta obra: la grabación que el sello His Master’s Voice registró en sus estudios de Abbey Road los días 14 y 15 de julio del año 1932, con la London Symphony Orchestra dirigida por el compositor y con un joven Yehudi Menuhin al violín, una de las grandes ediciones discográficas de siglo XX. Igualmente interesante es la grabación, esta publicada en 2010 por el sello RCA, de la Staatskapelle Dresden dirigida por Sir Colin Davis y con el violinista Nikolaj Znaider tocando el maravilloso violín Guarneri del Gesú de 1741 que Fritz Kreisler utilizó en 1910 la tarde del estreno.

Ya sobre la partitura, lo primero que advertimos es que este concierto, desde cualquier punto de vista —estructural, técnico, expresivo— es monumental. Dada su extensión, excepcional en la historia del género, su interpretación es una auténtica prueba de resistencia para el solista. La arquitectura formal se adhiere al canon, tres movimientos que contrastan en tempo, carácter, y estilo. Para articular la partitura y dotarla de continuidad, el compositor integra secciones que se relacionan gracias a los materiales temáticos, aportando la necesaria coherencia narrativa frente a las continuas fluctuaciones de tempo que caracterizan la música de Elgar.

El primer movimiento, Allegro, se abre con una introducción orquestal que presenta parte de los temas (nada menos que cinco) que serán desarrollados a continuación, viajando a través de varias tonalidades y figuraciones. El violín elabora estos cantos, particularmente el segundo, que ha aparecido brevemente en la introducción y que se transforma en la parte solista en el tema Windflower, de una belleza poética excepcional.
Sobre el Andante, pleno de lirismo y serenidad, Elgar anotó que describía «la fusión de dos almas, una en la otra», y así parece en verdad: el movimiento desarrolla dos melancólicos temas que deben interpretarse, indica el compositor, nobilmente. Tanto apreciaba esta música, que según recogen algunos testimonios, pretendía grabarla en su lápida. ¿Es aquí, pues, bajo las notas de este hermoso Andante, donde debemos buscar el alma encerrada de….? 
El tercer movimiento, Allegro molto, es el más exigente a nivel técnico por velocidad, potencia, y carga expresiva. Rápidas progresiones ascendentes formadas por endiablados cinquillos, desembocan en una cadenza acompañada que podría considerarse un cuarto movimiento. Aquí, Elgar presenta un nuevo efecto de cuerda, un pizzicato-trémolo que debe ejecutarse con la yema de los dedos, propiciando atmósfera espectral. 

Robert Schumann. Sinfonía núm. 3 en mi bemol mayor, opus 97, «Renana»
En 1850 Robert Schumann (1810-1856) y su familia se instalaban en Düsseldorf. El compositor era el nuevo director de música del municipio, trabajo que había dejado vacante su amigo Ferdinand Hiller. Las obligaciones del cargo eran muchas, pero Schumann encontró tiempo para componer, para tener otros dos hijos, conocer al joven Brahms, y disfrutar de los verdes paisajes de las tierras del Rin, Das Rheinland. Así las cosas, poco después de su llegada a la ciudad, había terminado su tercera sinfonía. El estreno tuvo lugar el 6 de febrero de1851 en Düsseldorf bajo la dirección del compositor. Fritz Simrock publicó la partitura ese mismo año con el título de Sinfonía Renana.

El carácter programático de la obra resulta evidente incluso en su arquitectura formal: esta sinfonía es la única de las compuestas por Schumann que tiene cinco movimientos, lo que nos dirige directamente al Beethoven de la Sinfonía Pastoral, una referencia que Schumann admiraba profundamente y en la que se mira para escribir su propia égloga musical. En realidad, el compositor no había elaborado y guión o programa específico para su partitura, pero una vez finalizado el trabajo, había enviado a su editor una carta en la que comentaba detalles del trabajo y algunas indicaciones sobre los motivos que le habían inspirado «la obra evoca aquí y allá algunos aspectos de la vida en Renania» decía. Y en el segundo movimiento había anotado «Amanecer sobre el Rin». Los cinco movimientos se suceden así: 1º- Lebhaft (Vivo). 2º- Scherzo: Sehr mäßig (Moderado). 3º- Nicht schnell (sin prisa). 4º- Feierlich (Solemne). 5º- Lebhaft (Vivo).

El primer tiempo, enérgico y fogoso, se abre con un intervalo de cuarta que caracteriza y otorga coherencia a toda la sinfonía, dotando a la partitura de un perfil melódico que facilita su comprensión. El Scherzo, es un Ländler, una danza festiva en tres tiempos, de aire popular y muy próxima al vals, que aquí cantan cuerdas y maderas en una estampa bucólica acentuada por el pizzicato de la sección central. Le sigue el Andante, un elegante y ligero intermedio para lucimiento del viento madera cuya verdadera función es preparar al oyente para el cuarto movimiento, que Simrock publicó bajo el epígrafe Feierlich (Solemne). Schumann anotó en su encabezamiento una frase: Im Charakter der Begleitung einer feierlichen Ceremonie (A la manera del acompañamiento de una ceremonia solemne). Y así es: el coral de los trombones y el empleo de texturas contrapuntísticas dotan al movimiento de un color que evoca las músicas de un pasado barroco y eclesial. El conjunto resulta solemne, sí, y establece el carácter ceremonial de la música. El último tiempo, que comparte indicativo con el primero, Lebhaft, recupera la dinámica enérgica del movimiento inicial. En la coda, Schumann recoge varios de los temas expuestos, buscando afirmar la unidad de la partitura, que se cierra triunfal, plena de confianza y vigor.

Al escuchar esta hermosa sinfonía, no percibimos nada oscuro en su música, nada siniestro; pero Clara Schumann cuenta en su diario que incluso en aquellos primeros días en Düsseldorf que parecían casi felices, Schumann se pasaba las noches llorando en sueños, el alma encerrada en vida bajo la lápida de la locura.

Inés Mogollón

sábado, 29 de febrero de 2020

Marcin Wasilewski Trio

Género: Jazz
Local: Auditorio Nacional

Interpretes: 
Marcin Wasilewski, piano
Sławomir Kurkiewicz, contrabajo
Michał Miskiewicz, batería

Información adicional:

Entre caricias sonoras y susurros de libertad

Hace tiempo que la escena polaca no deja de sorprendernos, es más, de abrumarnos ante tanta excelencia jazzística. El joven pianista Marcin Wasilewski (Sławno, 1975) es, en la actualidad, uno de sus músicos más representativos, por no decir el principal. Su pensamiento jazzístico se expande con hechuras camerísticas y fraseos melódicos de una belleza que empequeñece al oyente. Hay una atmósfera emocional muy particular en todas sus interpretaciones, paisajes sonoros de una cadencia paradójicamente muy intensa, ideas en el aire que quieren y acaban siendo distintas a todo lo demás. No extraña que el pianista sea hoy uno de los grandes embajadores de esa discográfica con denominación jazzística propia, la alemana ECM, de ese productor visionario y cazador de talentos que es Manfred Eicher. Será precisamente el temario registrado en ese sello el que mayormente acometa junto a los miembros de su trío, bueno, en realidad, sus ya viejos amigos y compañeros de viaje Sławomir Kurkiewicz, al contrabajo, y Michał Mis´kiewicz, a la batería. Entre los títulos de la escudería de Múnich, seguramente harán parada en las composiciones de uno de sus más recientes trabajos, Live, un directo grabado en Bélgica y publicado hace ahora dos años. El álbum fue precedido por un explícito deseo del trío de rendir homenaje a uno de sus mentores, el trompetista y todavía añorado Tomasz Stan´ko, jazzista mayor de Polonia y segunda personalidad musical de aquellas tierras tras el también pianista Krzysztof Komeda.
Este directo incluye buenos títulos registrados en su fabuloso disco Spark of Life (ECM, 2014), con toda probabilidad, el trabajo que los catapultó a la cimera del jazz europeo e internacional. El trío de Wasilewski entrega dibujos melódicos elegantes y sutiles, bien sujetos rítmicamente, pero siempre en busca de una poética. Las comparaciones con otros «pianismos» elevados, léase los de Keith Jarrett y Brad Mehldau, son tan justos como necesarios para entender los recorridos por un teclado que, a su manera, también quiere ser distinto, tanto cuando echa mano de su propia inspiración como cuando coloca en los atriles versiones de autores ya de por sí singulares: Paul y Carla Bley, el mencionado Komeda, Hancock, Hermeto Pascoal, Björk, Wayne Shorter, Sting, Morricone… Todo en él acaba siendo una caricia sonora, un susurro jazzístico.
En sus inicios, el trío tomó el nombre de Simple Acoustic Trio, que guarda una especial relación con la afición española, pues, bajo esta marca, se alzaron en 1996 con el primer premio del concurso europeo de grupos del Festival Internacional de Jazz de Getxo; ya entonces el jurado del certamen vizcaíno alumbró la búsqueda de nuevos lenguajes y vocablos jazzísticos en la reunión. Hoy, queda claro, los hallaron y, lo que es mejor, siguen tras esa nueva literatura que amplíe los márgenes del sortilegio creativo del jazz. Eso sí, ahora como Marcin Wasilewski Trio.

Pablo Sanz









domingo, 9 de febrero de 2020

Paz y Planetas

Género: Concierto
Local: Auditorio Nacional
Interpretes: 
Orquesta y Coros Nacionales de España
Director: Eiji Oue

Solista
Jane Archibald, Soprano
Benjamin Appl, Barítono

Programa:


Ralph Vaughan Williams (1872-1958)
I. Lento (Agnus Dei)
II. Allegro moderato (Beat! Beat! Drums!)
III. Reconciliation. Andantino
IV. Dirge for two veterans. Moderato alla marcia
V. The Angel of Death has been abroad
VI. O man greatly beloved

Gustav Holst (1874-1934)
I. Marte, el portador de la guerra. Allegro
II. Venus, el portador de la paz. Adagio
III. Mercurio, el mensajero alado. Vivace
IV. Júpiter, el portador de la alegría. Allegro giocoso
V. Saturno, el portador de la vejez. Adagio
VI. Urano, el mago. Allegro
VII. Neptuno, el místico. Andante – Allegretto

Información adicional:

COLEGAS Y, SIN EMBARGO, AMIGOS

Ralph Vaughan Williams y Gustav Holst se conocieron en 1895 en las clases de composición de Charles Villiers Stanford en el Royal College of Music londinense. Interesados por la renovación de la música inglesa —de cuya mimetización romántica era su maestro el máximo exponente— viajaron juntos buscando canciones populares y melodías tradicionales de raigambre antigua e investigando en repertorios pretéritos. Amigos durante el resto de sus vidas, hicieron que sus descubrimientos y su talante influyeran decisivamente en la música inglesa del siglo XX dándole un carácter inconfundible a través también de la integración de lo popular y del paisaje, de la consolidación de ese tono idílico o pastoral tan propio y, naturalmente, de la excepcionalidad de sus mejores páginas, dos de las cuales aparecen en el programa de este concierto.

Ralph Vaughan Williams: Dona nobis pacem

El padre de Ralph Vaughan Williams (Down Ampney, 1872-Londres, 1958) era un pastor anglicano y su madre sobrina de Darwin. Socialista, pacifista y agnóstico, para él, como señala Elizabeth-Janet McGuire, “la espiritualidad era un aspecto contemplativo de la vida al que se podía acceder más fácilmente a través de la estética. Su percepción de lo trascendente estaba íntimamente relacionada con la percepción de lo bello. El lenguaje religioso y la militancia en una iglesia determinada no eran lo importante. En cambio, accedió a lo trascendente a través de la belleza inherente a la música que escuchó tanto como a la música que compuso. De esta manera, Vaughan Williams se separó de la forma de vida cristiana que formaba parte del tejido de la cultura inglesa de su tiempo. Dio por sentada su educación cristiana al crear su propia interpretación de lo que hay más allá de este reino terrenal”. Unas palabras que, sin duda, nos sitúan muy bien frente a su Dona nobis pacem, reveladora de lo que era el componente espiritual en un compositor, por otra parte, autor de uno de los grandes corpus sinfónicos del siglo XX.
Dona nobis pacem fue estrenada en Huddersfield en octubre de 1936 por la Huddersfield Choral Society y la Hallé Orchestra dirigidas por Albert Coates. La fecha es bien significativa, pues se trata de un momento en el que a la consolidación del régimen nazi en Alemania se une el inicio de la Guerra Civil española y todo parece conducir tarde o temprano a la conflagración mundial que sucederá poco tiempo después. Vaughan Williams había vivido la Primera Guerra Mundial sirviendo en el Royal Army Medical Corps y sufriendo la muerte de algunos de sus amigos poetas y músicos. Sin duda ese recuerdo está en Dona nobis pacem aunque no a través de los versos de alguno de aquellos —recordemos que Benjamin Britten acudirá veinte años después, en su War Requiem, a Wilfrid Owen— sino de los para él siempre tan queridos de Walt Whitman, referidos, sin embargo, a la Guerra Civil Americana. De hecho, de los seis movimientos en que se articula, la mayor parte de su texto corresponde a Whitman, enmarcado por la liturgia católica —el Agnus Dei del inicio—, la Escritura —Miqueas, Levítico, Salmos, Isaías, Daniel, Ageo, Evangelio de San Lucas— y hasta unas pocas líneas procedentes de un discurso del político pacifista John Bright en la Cámara de los Comunes contra la Guerra de Crimea. Recordemos de paso, y como indicación de la excelente estirpe intelectual de Vaughan Williams, que este conocería la poesía del americano en 1892 —casi veinticinco años después de su primera antología aparecida en Inglaterra, publicada por William Michael Rossetti y poco grata a los ojos de su autor— por recomendación de Bertrand Russell cuando los dos eran compañeros en el Trinity College de Cambridge.
Dona nobis pacem es, a la vez, un réquiem —Dirge for Two Veterans, que Vaughan Williams ya había escrito en 1911 y al que Holst pondría música también en 1914— y una súplica, una muestra de ese anhelo —animado por la reconciliación pero amenazado por el Angel de la Muerte— que enseguida se verá frustrado por el devenir de la historia. Para Alain Frogley, hay una evocación del Réquiem de Verdi en el tratamiento de la palabra dona al inicio y en el Beat! Beat! Drums! —que le recuerda el Dies Irae de aquel y que no deja de evocarnos el posterior de Britten— con que arranca el segundo fragmento de la obra que posee el carácter descriptivo de aquello que sus propios oídos escucharían seguramente en los frentes de batalla del Continente. El cierre de la composición es un enorme esfuerzo porque la esperanza —eso que va mucho más allá de ese optimismo que hoy parece haber ocupado su lugar— se imponga. Y para que nada parezca forzado, Vaughan Williams respeta al oyente y se respeta con un gesto musicalmente admirable como es hacer que todo concluya no en la plenitud sonora que parece se nos anuncia sino con ese ruego de la soprano que conduce al silencio.

Gustav Holst: Los planetas, opus 32

De familia procedente de Riga, Gustav Holst (Chentelham, 1874-Londres, 1934) estudió con Stanford, tocó el trombón, dirigió coros —por ejemplo el Hammersmith Socialist Choir en casa de William Morris— y orquestas de escuelas de señoritas —en Dulwich y también en Hammersmith—, aprendió sánscrito y tuvo que ser durante mucho tiempo un compositor de fines de semana y de verano por mor de la necesidad de la enseñanza como medio de vida. Dio conciertos para las tropas británicas movilizadas en Europa durante la Primera Guerra Mundial y no vio el éxito hasta el estreno de Los planetas en un concierto semiprivado, con Adrian Boult dirigiendo a la Queen’s Hall Orchestra, en Londres, el 29 de septiembre de 1918.
Los planetas —que iba a haberse titulado Siete piezas para gran orquesta, lo que da idea de que a su autor le interesaba más cada parte que su suma— surge del interés de Holst por el significado de los astros, lo que no quiere decir que se dedicara con intensidad a la astrología o creyera decididamente en ella aunque, según su hija Imogen, sí conocía los entonces muy populares libros sobre el tema de Alan Leo. Más bien le parecía un asunto que había interesado desde siempre a la humanidad y, por tanto, no despreciable. No se trata, en sentido estricto, de música programática aunque tampoco deja de apelar a determinadas “cualidades” significadas por cada planeta, pero sin hacer de ello, ni mucho menos, la intención de la partitura. A Holst le interesa la música sin más y desde ese punto de vista hemos de situarnos ante lo que es incuestionablemente una obra maestra. Así, Colin Matthews relaciona al Holst de Los planetas con el Debussy de los Nocturnos, el Stravinski de El pájaro de fuego o el Schoenberg de las Cinco piezas para orquesta.
El arranque no puede ser más impresionante. Marte, el portador de la guerra fue terminado en julio 1914, justo, pues, cuando se declara la Primera Guerra Mundial pero parece ser que sin relación anímica con los temores propios del caso. La eficacia es absoluta de principio a fin, desde el sostén del tema principal al tema mismo y su desarrollo, a la vez pleno de misterio y grandeza hasta llegar a ese grupo de acordes secos que lo concluyen. Venus, la portadora de la paz se mueve en un clima completamente distinto, transparente, luminoso, con algo de feérico. Mercurio, el mensajero alado, es como un Scherzo juguetón y pimpante, con protagonismo esencial del colorido aportado por celesta y arpa. Magnífico el diálogo de las maderas y el subsiguiente crecimiento de la intensidad a través de las cuerdas en unos compases que recuerdan inevitablemente al Debussy del Preludio a la siesta de un fauno y El mar. Júpiter, portador de alegría, es una muestra, como Marte, de la capacidad de Holst para la administración de la energía interna en el discurso a través de una sucesión de temas que le confieren una extraordinaria dinámica interna. Tras la presentación de cuatro de ellos —extraordinaria la marcha que aparece en tercer lugar—, y precedido de una fanfarria con timbales y del segundo variado, surge una suerte de himno que ha llegado a ser, sin que Holst lo pretendiera, uno de los epítomes de la música inglesa en su versión nacionalista y que procede de una composición anterior sobre I vow to thee, my country de Cecil Spring-Rice. A partir de ahí, es decir, la otra mitad del fragmento, asistimos a una admirable lección de cómo volver a decir lo que ya ha sido dicho. Saturno, el portador de la vejez, la preferida de Holst, procedente de su coral Dirge and Hymeneal sobre un texto de Thomas Lovell, es un ejemplo magistral de cómo desarrollar un discurso sin tema fijo o, mejor dicho, con una melodía fluctuante, inasible, hasta llegar a un motivo melancólico, una marcha fúnebre, que va creciendo hasta un clímax opresivo en el que la percusión añade una nota entre brutal y sarcástica. Volveremos a una mínima luz en un episodio conclusivo que puede recordar por momentos, curiosamente, el Amanecer de Dafnis y Cloe de Ravel. Urano, el mago se abre con una fanfarria que introduce una marcha de tono sarcástico y brutal al mismo tiempo, a la vez evocador de El aprendiz de brujo de Dukas y del Dies Irae y que se impondrá implacablemente hasta su clímax. Arpa y cuerdas protagonizan un mínimo descanso que conduce a un oscuro final. En Neptuno, el místico volvemos a la melodía inconclusa, a un clima que no se hace sólido y que permanece en una especie de sutileza absoluta a la que colabora una orquestación en la que destacan arpa, celesta y las notas altas de la cuerda. El coro femenino, desde fuera del escenario, entra sin palabras en pianissimo —como está escrito todo el fragmento en realidad— y la música se extingue casi impalpablemente.

LUIS SUÑÉN

viernes, 7 de febrero de 2020

Caminero Quinteto

Género: Jazz
Local: Auditorio Nacional

Interpretes: 
Pablo Martín Caminero, contrabajo
Moisés P. Sánchez, piano
Ariel Bringuez, saxos tenor y soprano
Toni Belenguer, trombón
Michael Olivera, batería

Información adicional:

Música con andares y caminos propios

Tiene nuestro país mucho talento silencioso, aunque, en el caso del protagonista que nos visita, ya ha dado algún rugido que otro. Bueno, pensándolo bien, el contrabajista Pablo Martín Caminero (Vitoria, 1974) hace tiempo que viene haciendo buen ruido, pues, sin pretenderlo, se ha convertido en uno de los líderes creativos más imaginativos e inteligentes de ese sentimiento musical cercano que es el jazz-flamenco, o flamenco-jazz, que, cuando se entrega con sinceridad, lo mismo da. Asimismo, es uno de los capitanes indiscutibles de la actual armada jazzística española y un músico que amplía los horizontes de su inspiración a disciplinas como la danza, en la que destaca su deliciosa colaboración con la bailarina japonesa Tamako Akiyama. Sí, estamos ante un creador total, cuyas excelencias musicales son superadas felizmente por sus conceptos artísticos y culturales. Acude a este Auditorio acompañado de amigos que, de manera individual, se reivindican como maestros de nuestra escena: el pianista Moisés P. Sánchez, el saxofonista Ariel Bringuez, el trombonista Toni Belenguer y el baterista Michael Olivera; sin caer en la hipérbole, nadie puede discutir que cada uno de los vértices instrumentales de este quinteto está protagonizado por alguno de sus más avezados intérpretes: conforman un grupo difícilmente superable.

Martín Caminero ha demostrado de sobra poseer un instinto musical afilado y audaz, muy transversal, algo a lo que, sin duda, ha ayudado su sólida formación clásica, su amor por el jazz y su pasión por el flamenco. Es decir, por su incorruptible compromiso con la buena música, pues existen pocos artistas en nuestro país con una fidelidad tan extrema por la cultura mayor, por un caudal de sentimientos y emociones reconducido hacia ese lugar donde la vida es un poquito mejor. Sin perder de vista este objetivo, el contrabajista ha ido haciendo camino a su manera, esto es, por «camineras», que diría el musicólogo Faustino Núñez, superando retos como el de elaborar un gran songbook del jazz-flamenco, que recientemente se ha plasmado bajo el título genérico de Flamenco Standards, junto con el trompetista Enriquito, el guitarrista y «tocaor» Rycardo Moreno y el baterista Marc Miralta. Y es que ya se ha sugerido: Martín Caminero piensa y siente la música antes de entregarla, no es artista de gesto gratuito y fútil.

Regresa este caminante a las sendas del jazz-flamenco con material totalmente nuevo, registrado en su último álbum Bost, «cinco» en euskera, dado que es su quinto trabajo como líder en alineación de quinteto: se arranca con un tema de 5/8, incluye muchas quintas en los metales… Estreno oficial, pues, de lo nuevo de este vitoriano de mundo, que es prolongación musical de lo ya andado y hecho en compañía de viejos amigos, pero que no por ello evita situarnos ante el umbral de otra dimensión del jazz-flamenco; es lo que tiene el chico, que no es que haga camino al andar, sino que anticipa caminos por los que habremos de transitar mañana. Arranca fabulosamente el año para Caminero, al que le aguardan citas importantes como la que ya tiene apalabrada en el Ciclo de la NDR de Hamburgo. Pero, antes, primera parada, en el Auditorio Nacional. Un lujo.

Pablo Sanz